Mujer sentada con paisaje detrás y una laguna

Y sí

Y sí, quién no ha tenido esos momentos en que percibe que la montaña de la vida se derrumba, que lo que creyó construido se vino abajo casi que sin poder detenerlo. Das vuelta, miras atrás y extrañas lo que ya jamás volverá y regresas al presente. Intentas de varias maneras que el cambio obligatorio en el viaje de los demás no afecte el tuyo, aunque en el fondo sabes que es inevitable.

Después de tantos años quieres con más importancia lo que antes era normal o a lo mejor hasta desapercibido; los gestos amorosos de tu madre, la mirada de orgullo de tu padre, el refugio de tus hermanos y el abrazo y las palabras de los amigos así estuvieras a miles de kilómetros de distancia.

Y sí, irónicamente, entre más pasan los años y crecemos, más vulnerables nos sentimos, eso sí, jamás de cara a los demás, porque aprendimos que teníamos que ser fuertes. Pero no pasa lo mismo ante el propio reflejo, en frente de él no podemos engañarnos cuando somos capaces de sacar el valor que se necesita para cuestionarnos. En qué momento dejamos de sonreír a carcajadas, de levantarnos con motivación, con ganas de asumir riesgos, de cambiar el mundo y terminamos complaciendo a los demás por reconocimiento, preocupados por tener más que por vivir intensamente.

Y sí, tuvimos señales que nos mostraron que no era por ahí, pero no las vimos, tomamos decisiones con la razón y no con el corazón, porque eso también nos enseñaron. Seguimos entonces en la búsqueda del éxito mal concebido sinónimo de riqueza, el tiempo es oro también lo aprendes, queda en la cabeza. Nos llenamos de vacíos creyendo que las cosas materiales tienen el poder de hacernos felices, y sí, quizás si por un tiempo, pero muy corto.

Una felicidad aparente se vuelve la carta de presentación ante los demás y creemos que nos respetan por lo que somos, pero en realidad es más por lo que se adquiere, la envidia es más común de lo que se cree y no falta el que saca provecho para disfrazar las intenciones, en realidad son pocos a los que les importa cómo nos sentimos, saber cuál es la pasión que nos mueve todo el universo. Por eso a esos pocos hay que mantenerlos cerca, porque al final ven lo que muchos ignoran y no por mal sino por desinterés o simple desconocimiento, porque viven en su mundo que no necesariamente debe estar alrededor del nuestro.

Un día, te levantas y simplemente te das cuenta de que las personas cambian, que tú también eres diferente y que lo más valioso que tienes son las experiencias, los buenos recuerdos. La madurez ha tocado la puerta, y aunque no debería, comienza a costarnos más reírnos de nosotros mismos, contar con la inocencia de un niño y la forma que tiene de divertirse, soñar y actuar sin que importe lo que opinen los demás; pero es que es normal, hemos crecido, somos adultos, tenemos responsabilidades, ya estamos llenos de prejuicios. La mayoría optan por seguir el ejemplo, y aunque lo nieguen, se convierten en lo que fueron y criticaron de sus padres, otros más bien pocos, salimos del molde impuesto pese a la decepción que se cause con esa decisión.

Y sí, hasta que por fin vemos con claridad siguiendo la intuición y nos damos cuenta de que muchas de las cosas que creímos no son nuestras, lo que pensamos y percibimos de los demás también cambió, hay que desadaptarse para volver al origen que por lo general es el camino más difícil. La transformación de lo que estamos acostumbrados trae desilusión, apego, por eso cuesta soltar, sanar, perdonar y no pasa de la noche a la mañana. Cuando pensemos que lo hemos aprendido todo, más situaciones nos pondrán a prueba para decidir cómo queremos sentirnos y enfrentar que no somos los mismos. Y sí, es ahí donde la montaña de la vida parece derrumbarse, porque son los que más amas los que quizás más resistencia pusieron a ese proceso que decidimos hacer por nosotros y para nosotros. Nadie tiene que entenderlo y menos estar de acuerdo, por eso es tan complejo, porque de todas formas hacemos parte de una sociedad, de una familia, de un grupo de amigos.

Cuando cambiamos la perspectiva de todo, del dinero, las relaciones, la rutina, el trabajo, el mismísimo entorno, entonces una parte de todo lo que fuimos se acaba, ya no somos del común, algunos pensarán que enloquecimos, esperarán que como una enfermedad algún día se nos quite, otros nos juzgarán más duro y dirán que nos creemos más porque dejamos de hablar más y demás, nos volvemos reservados, pero es porque ahora escuchamos mejor, aunque no por eso somos menos emocionales, nos cuesta más no dejarnos llevar por el impulso o la reacción de algún comentario o actitud que nos hiera pues cada vez somos más conscientes o indagamos más el para qué de esa prueba y el aprendizaje que nos deja. No siempre triunfamos, muchas de las veces caemos y la emoción es nuestra locución del momento, pero también es la oportunidad para ser compasivos con nosotros mismos y encontrar el abrigo en el infinito amor propio e incondicional.

Y sí, de a poco salimos de lo convencional, pero dejamos de encajar, incluso de caer bien, porque ahora pensamos, opinamos diferente y actuamos distinto, eso hace que las personas con o sin intención también nos pongan a prueba, la existencia lo hace constantemente, cambiar las creencias puede generar al principio resistencia, por eso estar dispuestos a vivir el proceso y aceptar, sin resignación, que ya no somos los mismos, que algo diferente a lo que mueve a los demás nos motiva ahora y que quizás no siempre tienen que entenderlo, por eso también es necesario salir del círculo, del entorno, de las personas que vibran en otra frecuencia a la nuestra y que en algunos casos han estado por años siendo nuestro centro.

Y sí es indispensable derrumbarse y en cada caída levantarnos más fuertes, sin caer en los extremos de creernos los súper humanos, solo humanos para construir otros cimientos, arar nuestra propia tierra, pensamientos propios no impuestos. Decidir por nosotros mismos qué queremos ser, en qué queremos creer y cómo nos queremos sentir. Y sí desear que uno mismo y que todos experimenten un proceso personal de transformación, de aprender a vivir en el aquí y en el ahora sin engaños, porque no se trata de evitar el miedo, las dudas, no. Sentir miedo, por ejemplo, contrario a lo que nos enseñaron, que es malo y demás, es todo lo contrario, es normal, necesario, despierta nuestro sentido de supervivencia, nos permite estar alerta. Pero dejar de hacer lo que nos mueve las vibras, nos saca sonrisas, nos llena de energía, de amor por miedo al fracaso, al qué dirán, eso no podemos permitirlo.

Y sí, volver a la esencia, que no se trata de un asunto que está de moda sino que ahora hay más consciencia y por eso muchos insistimos en eso, porque ha existido siempre, es posible. Porque cuando de verdad decidimos reconsiderar lo que nos hace felices, pensar en la armonía de sentirse bien con uno mismo y no lo contrario, si vivimos la vida que queremos y no la que los demás quieren para nosotros damos el paso más importante para cambiar. Cuando soltamos el control de lo externo y entendemos que el único que tenemos es el nuestro, entonces la idea de sí mismos y de los demás también se expande y experimentamos más, mejor y en profundo amor el proceso de este viaje por este planeta en compañía de los nuestros, de los elegidos y los que llegan al camino por una razón o con ninguna. Porque todo no necesariamente debe tener una justificación, bastaría solo con enfocarnos en las sensaciones, en la energía de los seres que somos.

Y sí, lo que brota de tu corazón es lo que siembras.