Tengo un hombre

El correo de esta semana está inspirado en mi padre, el guerrero que superó el cáncer que lo envió a la cama durante dieciocho largos y dolorosos meses. En este mismo tiempo enfermó dos veces de covid y tuvo una infección severa en uno de sus pulmones. El panorama era desalentador, experimentamos momentos de mucha angustia. Hoy puedo gritar a los cuatro vientos que tengo un hombre que me recuerda todos los días que la fe sólo se pierde para que la esperanza vuelva con más fuerza, que la fragilidad nos hace valientes y que de las caídas la única opción es levantarse.

Después de tanto padecimiento y desgaste tanto físico como emocional, mi padre comenzó a sentir mejoría. Nos adaptamos a los cambios como la familia unida que somos y por eso celebramos con mucha alegría que este día llegara. Recibir la noticia del éxito de su tratamiento (setenta y cinco radioterapias sin afectar su médula espinal, un riesgo latente) se convirtió en el momento más importante y emotivo de mi vida hasta ahora. Para todos fue una prueba muy difícil que nos llenó de gratitud.

Espero que lo que descrito a continuación honre el momento más especial del cinco de enero del dos mil veintitrés, así como la segunda oportunidad que la vida no sólo le regaló a mi padre sino a toda su familia y amigos para disfrutar más tiempo de su compañía, su alegría, su sentido del humor, optimismo y sabiduría. Durante el mes que pasó hasta este día ninguno en la familia se atrevió a mencionar que aquella cita de control era definitiva para saber el rumbo a seguir. Recibimos el año nuevo más fortalecidos que nunca a pesar de la tensa calma de la incertidumbre.

Rodeados de otros pacientes esperamos con santa paciencia más de tres horas hasta que por fin llamaron a mi padre al consultorio del radiólogo. Adentro, el médico nos saluda con amabilidad y nos saca una sonrisa nerviosa, seguro que percibió nuestra angustia. La empatía surgió de inmediato. Sin perderlo de vista estuvimos atentos a su explicación. Quién lo diría, el médico estaba tan o más emocionado que nosotros. Las arrugas en sus ojos evidenciaban que detrás de su cubre bocas había una gran sonrisa porque el tratamiento había sido exitoso. A todos se nos notó la felicidad, aunque mi padre fue más mesurado y con razón después de todo lo que había padecido y además, consciente de que su vida en adelante dependía de lo que él dijera. Luego de resolver las preguntas que le hicimos, animó a mi padre a seguir adelante pues lo peor ya había pasado. Al terminar la consulta, le pedí al médico un abrazo de corazón a corazón, lo abracé fuerte y con alivio. Que felicidad que existan médicos así, humanos, sensibles, respetuosos. Médicos que le brindan a sus pacientes un trato digno, comprensivo y dedicado.

Afuera del consultorio y mientras la asistente imprimía las órdenes médicas, mi padre me pidió salir de la clínica cuanto antes. Le dije a la asistente que regresaría por las órdenes y empujé la silla de ruedas lo más rápido que pude. Las puertas de vidrio se abrieron, la ráfaga de viento nos tomó por sorpresa refrescando los intensos rayos de sol de aquella tarde. Aquí, para aquí. Me detuve enseguida. Lo que pasó después me dejó sin palabras. Con mucho esfuerzo mi padre se levantó de su silla de ruedas, extendió sus brazos y miró hacia el cielo. Mi esposo corrió hacia nosotros y los tres nos abrazamos con profundo sentimiento. Lágrimas de emoción y de gratitud por las buenas noticias no se hicieron esperar. En sus propias palabras, la vida le había regalado una segunda oportunidad.

El gesto de levantarse por sí solo de su silla, elevar sus manos y su mirada hacia el cielo fue tan poderoso, tan genuino como victorioso e inspirador. Recordarlo y además escribirlo me emociona de nuevo. Si alguien me pregunta cuál es el momento más emotivo de mi vida, ya sabes la respuesta. No pude sentirme más feliz y afortunada de acompañar a mi padre en este día tan importante. El brillo en su mirada había regresado y con él, su sonrisa y optimismo. El camino de la recuperación requiere de paciencia porque es lento, el de reacondicionamiento físico de disciplina y constancia para ganar la masa corporal perdida, pero como le dijo su médico fisiatra: nada que no pueda recuperarse, y eso incluye la confianza y la fuerza de voluntad para volver a caminar, para valerse por sí mismo.

Bienvenida la falta de fe sólo para que la esperanza vuelva con más fuerza.

Bienvenidas las pruebas para enfrentarlas con amor y compasión.

Bienvenidas las ganas de vivir para todos aquellos que padecen una enfermedad.

Lo que brota de tu corazón es lo que siembras.