La mamá y su hija sentadas frente al mar.

La llamada

Creo que nadie está preparado para recibir una llamada como ésta.

Bogotá estaba bajo nubes grises cuando mi amiga y hermana de vida me llamó al celular: «Mamá murió el lunes y debía contarte directamente por la amistad que tenemos. Mami sabía lo especial que eres para mí, que eres como mi hermana menor». No pude creer lo que escuchaba. La tranquilidad en su voz me dio la fuerza para enviarle mucho amor. Los detalles de la muerte nunca los hablamos, eran lo de menos. Quise recordar a Tamara tal y como la conocí. Una mujer alegre, con un corazón mil veces más grande que su estatura, creo que era la más alta de la familia y de su circulo de amigos. Su dulce forma de ser abrazaba. Viajó por el mundo para estar con sus seres queridos. -Murió feliz -dijo. Cuando colgué me derrumbé en llanto, fue la clase de noticia que no quieres escuchar y que te cuesta digerir. Enseguida pensé en mi mamá, en la familia y en lo frágil que es la vida.

Y pensar que hay personas que aún en vida se sienten muertos: les cuesta sonreír, sacar lo bueno de una situación, ser optimistas y cambiar lo que no les agrada. La muerte definitiva es volver al origen, a la energía que somos. Pero antes de esa, experimentamos muchas otras: miedo, envidia, celos, tristeza, soledad y  creencias que nos hacen infelices. Se muere un poco al permitir que otros nos roben la calma, cuando herimos con las palabras, sentir culpa o dejar que pase un día sin agradecer.

Morimos cuando nos damos palo, nos criticamos, juzgamos al otro y borramos lo bueno. Cuando callamos y disfrazamos lo que sentimos, cuando nos excusamos y también, cuando nos llenamos de orgullo. Ahogamos con todo eso el valioso tiempo que tenemos en esta tierra.

En honor a mi querida Tamara, a su legado de amor maravilloso, por tener la oportunidad de conocerla y continuar viéndola a través de los ojos de su hija, mi amiga.

La muerte te abrazó de manera hermosa como te lo merecías, por todo y por tanto. Me lleno de tu recuerdo y sabiduría reflejados en la fortaleza de tu hija. Que lección de vida me han dado las dos con esta llamada. Las amo infinita e incondicionalmente.

Angie Vargas León