El vecino y el automático

Escribir es la forma que tengo de contribuir. Hoy quiero sumarme a las voces que se preocupan y actúan para hacer de este mundo un lugar mejor.

La reflexión de esta historia se la debo al vecino, un hombre sencillo y dueño de una tienda del barrio donde viví unos meses. Ver a este hombre, sin importar el día que fuera, si había vendido o no, con una sonrisa y un amable saludo me puso a reflexionar en las veces que en que me preocupaba tanto por las cosas que ni yo podía controlar. A este vecino, como todos los llamaban de cariño, le agradezco por inspirar esta historia.

Si ya comenzaste a leer, te pido que te quedes hasta el final de esta historia y saques tus propias conclusiones.

¿Qué es actuar en automático? como yo lo veo obedece a un patrón que la mayoría seguimos, la famosa rutina que nos consume al punto de perdemos de vista lo importante, lo maravilloso de un amanecer, los rayos de sol y el final del día sabiendo que aún estamos vivos.

Empezar el dia con el afán de lo inmediato sin tomar una pausa primero así sean unos minutos o segundos, si se quiere, para aclarar los pensamientos. No hacerlo es lo normal pero debería ser lo contrario. Actividades como montar bicicleta, manejar, amarrarse los cordones de los zapatos, vestirse son hábitos que hacemos en automático casi que sin darnos cuenta, se hacen y ya. No hay tiempo para agradecer y menos para disfrutar el momento, El aroma de un café en la mañana, el sol que entra por la ventana, un abrazo sincero, un saludo amable, una sonrisa, una palabra de aliento y qué decir del color del cielo, de la lluvia, del verde de un parque, muchos detalles pasan casi desapercibidos por enfrente de nosotros. Se nos pasa la vida en automático preocupados por los estándares de tener éxito en todo. La cosa definitivamente no es por ahí.

Perdemos la sensibilidad de que lo simple nos sorprenda y nos adaptamos. Es fácil caer en la insensibilidad, nos volvemos los mejores críticos de los demás sin mirarnos a nosotros mismos. ¿Cuántos se han atrevido a llamarle la atención al otro por botar la basura al parque, desperdiciar el agua, apagar las luces, reciclar de manera correcta? A las nuevas generaciones, escuché alguna vez por ahí.

Estar en automático es perder el interés por el bienestar del otro, no importa lo que le pase desde que no me afecte a mí, todo esta bien. Otra frase muy común. Somos la única raza que se mata así misma, que destruye lo que le da vida y lo que le permite subsistir, la madre tierra. Como si fuéramos a vivir eternamente.

Los hechos como el cambio climático demuestran el grito desesperado de la tierra. No debería ser difícil entender que si no volveremos al origen jamás encontraremos la razón de estar en este planeta. El robot en el que nos convertimos debe desaparecer para que podamos ver con otros ojos los detalles que la vida nos regala cada día y no dar por sentado que amaneceremos vivos, nadie tiene un seguro para tan semejante certeza. Sólo respirar y amanecer ya es un milagro.

Detrás de cada una de estas palabras hay un pensamiento, una emoción y una imagen que me lleva a evaluar que no se trata de escribir por escribir, sino de encontrar un sentido al hacerlo, un mensaje por llamarlo de alguna manera.

Bueno, alguien se estará preguntando y en dónde quedó el cuento del vecino. ¿Qué tiene que ver él en esta historia? Pues bien, por estar en automático me perdí de la mirada dulce de ese vecino en tantas y tantas veces que me atendió. Esa persona que brindó ayuda incondicional cuando menos lo esperé. Hoy lo llamo gestos de amor que la vida te regala y que por estar como robots de un lado para otro no vemos, ni valoramos. ¿No te ha pasado alguna vez que sales de la casa amargado por alguna discusión estúpida que tuviste por una insignificante camisa mal planchada, un golpe en el dedo meñique del pie con el borde de la cama o un retraso que te hará salir más tarde de la oficina y de la nada alguien te saluda, te dice algo agradable o te regala una sonrisa? Eso fue el vecino para mí en ese entonces.

Estamos en modo automático tanto tiempo que no miramos más allá de la nariz nuestro alrededor para agradecer. La mayoría lo hacemos, lastimosamente, cuando pasamos por una situación difícil, donde el dolor o la angustia nos golpea.

El vecino me dio una lección de compasión. Había terminado de correr diez kilómetros y alcancé a llegar a la tienda antes de que la pierna ya no me respondiera. El vecino me llevó al apartamento donde vivía alzada -literal- por las escaleras de los cinco pisos del edificio, no había ascensor. A él, no le importó dejar la tienda, lo que dijeran los demás o se preocupó por el tiempo que iba a tardar, no, sólo me ayudó y ya. Le agradecí por el gesto y le ofrecí algo de dinero, pero como era de esperarse me dijo que no, que lo hacía con todo el gusto. Cuando le conté a mi compañera de apartamento no me creyó, me dijo que el vecino sufría de una enfermedad en los huesos y que era imposible que pudiera hacer semejante esfuerzo.

Las semanas pasaron, me recuperé de mi lesión. Volvía a la tienda para agradecerle a mi vecino de nuevo por lo que había hecho por mí, no me esperaba semejante noticia. Doña Carmenza, su esposa, me contó: «No sumercé, siempre pensamos que se fuera por la enfermedad rara que tuvo en los huesos, pero se murió del corazón que le falló». Fue como ver una película en mi cabeza. Los viernes cuando llegaba cansada del trabajo pasaba por la tienda y me compraba una cerveza, el vecino estaba con otros señores, hablaban de arreglar el país y cosas de esas, ahora que lo recuerdo siempre me regaló una sonrisa, un buenas noches y un lindo feliz día a pesar de mis afanes, malas caras y quejas.  

Estuve en automático sin otra motivación que cumplior con mi trabajo, la excusa para no hacer lo que realmente me apasiona era la falta de tiempo, ganar más dinero era importante y por pensar así me perdí por años de las cosas sencillas y valiosas de la vida. El vecino me enseñó que la enfermedad estaba en la cabeza, porque nunca se quejó, el dolor no fue un limitante para ayudarme, lo hizo con otras personas y de muchas otras maneras. Recuerdo que antes de irse del apartamento, me dijo: uno decide si quiere quejarse por todo o sacarle el lado bueno a las cosas. Aproveche, descanse y disfrute está muy joven para estar tan estresada siempre.

Cuando vives en automático los días se pasan volando sin mucho más movimiento, motivación, te acomodas en el para qué cambiar. No tomas riesgos, te llenas de excusas y nada de lo que hacer te hace sentir feliz o satisfecho.