Un niño de cabello rojo con gafas para leer que tiene la expresión de susto en la cara.

El pequeño pelirrojo Gabriel

A MaraLú, Jeremy, Dominic, Montserrat y Catalina, hijos de amigos, gracias por leer este cuento y opinar de manera genuina, como sólo la inocencia de su edad pudo hacerlo, y animarme a escribir más cuentos para niños.

Gabriel tiene siete años y a pesar de ser el más pequeño de su clase, es el mejor en matemáticas. Puede multiplicar y dividir tan fácil como dibujar un circulo en el tablero. Le encantan los vegetales más que a un conejo y prefiere jugar ajedrez que futbol. Sus mejores amigos son Simón, su hermano que tiene nueve años y Camila, su hermana que tiene siete. De los tres, Gabriel es el único pelirrojo con pecas en las mejillas.

Todo comenzó en el recreo de la escuela. Gabriel jugaba a las escondidas con sus hermanos cuando vio que unos niños lo miraban y se reían. Con la excusa de buscar a Camila, se escondió detrás de un árbol para escuchar lo que esos niños decían.

–Tiene el cabello del color de un fósforo prendido–dijo Esteban y se rió.

–Y si se queda mucho tiempo en el sol ¿será que se le quema? –Preguntó María preocupada.

Los demás niños soltaron a reírse.

–El cabello es como el color de una auyama –dijoPablo y soltó una carcajada.

–A mí me parece, que se ve del color de una fresa –contestó Alex mientras buscaba a Gabriel entre los demás niños que jugaban en el parque.

Todos volvieron a reírse.

Gabriel escuchó lo que esos niños dijeron de él y cuando iba a reclamarles, Camila lo jaló de la camiseta y lo de volvió detrás del árbol y le dijo que no les hiciera caso y que volvieran a jugar.

Minutos más tarde…

–¡Gabriel, no te pareces a tus hermanos!–gritó Pablo, su compañero en las próximas olimpiadas de matemáticas.

Los otros niños que estaban por ahí miraron aGabriel, a Camila y a Simón y también se burlaron.

Gabriel volteó a mirar a Pablo con la cara tan roja que pareció que las pecas se le iban a salir de las mejillas. Corrió tan rápido que Pablo no lo vio venir si no hasta que cayó al piso por el empujón deGabriel. El profesor de educación física, que pasaba por ahí, quitó a Gabriel que estaba encima de Pablo, lo agarró del brazo y se lo llevó para la rectoría.

Enfrente de la directora de la escuela y del profesor de educación física, Gabriel pasó sentado media hora sin decir una palabra hasta que llegó Ana, su mamá. Apenas la vio corrió a sus brazos.

–¿Mamá, soy adoptado?

–¡¿Qué?! ¿por qué dices eso hijo?

–Lo que hizo su hijo es inaceptable –dijo la directora– Gabriel empujó a Pablo y lo tiró al piso, si no es por el profesor no sé que habría pasado.

La señora directora puso fuerte las manos sobre el escritorio y miró por encima de las gafas a Ana.

–Usted tiene razón, señora directora. ¿Dónde está Pablo? Debemos escucharlos a los dos para saber qué pasó.

Ana abrazó amorosamente a Gabriel.

–No hace falta –intervino el profesor– yo vi cuando Gabriel empujó al niño Pablo.

El profesor se sentó en el sofá y cruzó la pierna sin dejar de mirar con cara acusadora a Gabriel.

–Entiendo profesor, –insistió Ana –pero hay que escuchar las dos versiones si queremos aclarar las cosas.

–Es cierto, Ana y escucharemos a Pablo también. –Dijo la directora –Pero por ahora Gabriel queda suspendido y quién sabe si participe en las olimpiadas de matemáticas, ya veremos.

–Hijo, por favor, di algo, explícales que fue lo que pasó.

Ana levantó con las manos el rostro de Gabriel que se puso a llorar. Después de que les contó que los compañeros se burlaron del color de su cabello y que Pablo dijo que no se parecía a sus hermanos, Ana y Gabriel se despidieron de la directora y el profesor y salieron de la rectoría agarrados de las manos.

Gabriel fue suspendido por dos días y con el compromiso de escribir cien veces «no debo empujar a mis compañeros» en la plana del libro de español.

–Sabes que estuvo mal lo que hiciste, ¿verdad?

–Sí, mamá, pero…

–No, Gabriel, no hay peros. Nada justifica que empujaras a Pablo.

–Pero Pablo dijo que yo...

–Hijo, mi pedacito de arcoíris, no importa lo que diga Pablo o los otros niños sobre el color de tu cabello y tampoco que note parezcas a tus hermanos o si les gusta o no tu forma de ser. Todas las personas somos diferentes y a punta de empujones no conseguirás que te respeten. Eres un niño bueno, tierno e inteligente. Lo más importante es que tú te sientas bien como eres y sobre todo, que entiendas que cometiste un error.

Ana apretó la mano de Gabriel.

–Levanta la cabeza hijo, no hay nada de qué avergonzarse, cometiste un error, le pedirás disculpas a Pablo y lo demás lo hablaremos con papá.

Gabriel tosió varias veces mientras le dio la mano a Pablo y le ofreció una disculpa.

Era raro ver triste a Gabriel y muy fácil saber cuando algo le molestaba, el tic de tos nerviosa que le daba, lo delataba. Así fue como Ana supo que Gabriel seguía disgustado.

En el asiento de atrás del carro, Gabriel intentaba no toser. Ana lo miraba por el retrovisor, pero no dijo nada, pensó que la sorpresa que le tenía a toda la familia, especialmente a Gabriel, lo ayudaría a entender que lo que había hecho estaba mal y a sentirse mejor.

Cuando llegaron a la casa, Gabriel se bajó del carro con la mirada al suelo, los brazos caídos y la maleta que barría el piso.La vieja nana abrió la puerta y lo recibió con un fuerte y cariñoso abrazo.

–¿Leche y bocadillo mi niño?

–No, nana. Gracias.

Aburrido, Gabriel siguió de largo, subió las escaleras y fue directo a la habitación. Antes de entrar escuchó a Ana hablar por teléfono con su papá:

–Hola cielo, acabo de llegar fui por Gabriel ala escuela. No te preocupes, esta noche te cuento. Te amo.

Gabriel cerró la puerta de la habitación.

–Si tuviera el cabello oscuro como el de Simón o castaño como el de Camila, nadie volvería a decir que no me parezco a mis hermanos. No quiero ser pelirrojo, ¡no quiero!

Gabriel se puso a llorar.

–¡Ya sé lo que tengo que hacer!

Gabriel salió de la habitación y de puntillas caminó sobre el piso de madera hacia la habitación de sus papás. Se encerró con llave y se acostó en la cama y mientras pensaba cómo quitarse el color rojo del cabello, el cansancio lo venció y se quedó dormido.

–A mi me gusta el color de tu cabello, es hermoso –dijo Camila.

–A mí también –dijo Simón– es diferente y sete ve súper, hermano.

–Tienes en tu cabeza el color más lindo del arcoíris –dijo Ana mientras le acarició el cabello.

–Eres un niño muy especial –dijo Gustavo, su papá, que quiso abrazarlo, pero Gabriel no se dejó.

–¡No, no es cierto! –gritó Gabriel– no me parezco a ninguno, soy adoptado.

Gabriel corrió a la habitación de sus papás y se encerró con llave.

–¡Gabriel! vuelve acá –gritaron Ana y Gustavo al mismo tiempo.

El pequeño y pelirrojo Gabriel le puso seguro a la puerta y comenzó a buscar en los cajones del tocador de su mamá.

–Hijo, por favor, abre la puerta –dijo Gustavo en tono serio.

–No quiero mi cabello –contestó Gabriel.

–Tienes un cabello precioso –Ana comentó con la voz angustiada.

–¡No, no es cierto! –volvió a gritar Gabriel.

Gabriel esculcó todos los cajones, tiró al piso ropa, medias, cremas y cuanta cosa hasta que encontró la caja del tinte que usaba Ana para cubrirse las canas. Leyó las instrucciones y mezclo el tinte con agua. Tomó por pedazos el cabello y pasó la brocha untada de tinte negro mientras una risa pícara iluminó su rostro.

Cuando terminó se miró en el espejo. El rojo había desaparecido, ahora tenía el cabello más negro que los cuadros del tablero de ajedrez. Saltó de la felicidad de un lado para otro de la habitación hasta que empezó a salirle humo de la cabeza. El tinte negro empezó a escurrírsele y a regarse por todas partes. La alfombra blanca que tanto cuidaba su mamá tampoco se salvó. El corazón de Gabriel latió más rápido que cuando corría detrás de Simón y Camila jugando a las escondidas. Se miró las manos, también estaban cubiertas de tinte.

Ésa fue la última imagen que vio Gabriel antes de despertarse de la horrible pesadilla.

Después de abrir los ojos, Gabriel se quedó acostado en la cama de sus papás, con la mirada dirigida al techo, todavía, no se reponía del susto. El corazón estaba acelerado y las manos le temblaban.

Escuchó las risas de Ana, Gustavo, Simón y Camila que venían de la sala y se levantó de la cama. Antes de salir de la habitación se miró al espejo. Se puso feliz todavía era pelirrojo, eso le sacó una gran sonrisa que dejó ver la dentadura torcida y blanca que tenía.

Gabriel salió de la habitación y saltó una a una las escaleras mientras silbaba. Cuando iba por la mitad, lo que vio lo dejó mudo por unos segundos:

–Buenas noches mi pedacito de arcoíris¿descansaste? Ahora sí podemos cenar.

–¿Quién es él? –preguntó Gabriel y comenzó a toser.

–¿No te acuerdas de mí?

–No.

–Crucé el océano para venir a verte.

–¿El océano? –preguntó Gabriel emocionado.

–Sí, así es. Tu mamá ya me contó lo que pasó hoy en la escuela.

Gabriel comenzó a toser de nuevo.

–Voy a hacer la plana de escritura que me dejó la señora directora.

Gabriel se volteó para devolverse a la habitación, pero Simón lo alcanzó, lo tomó del brazo y bajaron juntos las escaleras.

–Que despistado eres hermanito –dijo Camila consu dulce voz.

–Es el abuelo –contestó Simón mientras abrazó a su hermano.

Gabriel dejó de toser. Se puso tan contento que se lanzó a los brazos del abuelo.

–¡Eres igual de pelirrojo que yo! estoy feliz de que vinieras, abuelo. Tenemos el mismo color de cabello, eso quiere decir que yo no soy adopta…

–Eso quiere decir, mi querido nieto, que empujar a alguien que no entiende las diferencias jamás tendrá justificación. No importa si tenemos el cabello rojo, negro, blanco; si somos mas grandes o más pequeños, si unos juegan mejor al futbol que otros, o si algunos –como tú– prefieren el ajedrez. Las diferencias nos hacen especiales y la mejor forma de comprender es aceptándonos tal y como somos. Lo físico es solo el paquete, lo que se ve por fuera, pero lo realmente importante es lo que viene adentro y tu mi nieto tienes un corazón hermoso.

–¡No eres el único pelirrojo de esta familia! –gritaron todos a la vez mientras sacudieron la melena del pequeño pelirrojo Gabriel.

–Llegó la cena –dijo la nana que puso las cajas de pizza sobre la mesa.

–¡Excelente! –dijeron el abuelo y Gabriel al mismo tiempo y chocaron las manos.

Nota: Este cuento fue escrito el 15 de junio de 2018 cuando la Clase de los Sueños aún no existía.