Una tortuga sobre el pasto verde

Lecciones de doña tortuga

Mientras doña jirafa se comía las hojas del acacias, el árbol más alto del bosque, don mico, que colgaba de su cola en una de las ramas del árbol de enfrente, pelaba un banano. El ruido que escuchó llamó su atención. En seguida volteó a mirar hacia abajo y por la risa que le dio casi se atora. El caparazón de una tortuga se golpeaba una y otra vez contra lo que creyó que era un árbol.


–¿De qué se ríe?

–¡¿Qué?!

–¿Qué de qué se ríe?

Doña tortuga sacó la cabeza del caparazón.

–¿Que de qué se ríe?

–¿Yo?

–Sí, usted.

–Ah pos... pos me rio de usted doña tortuga, de usted.

–Pues no me parece chistoso.

–A mí sí. Discúlpeme doña tortuga, pero pos… ¿cómo se le ocurre meterse debajo de doña jirafa? semejante patas tan grandes que tiene.

La cara de extrañeza de doña tortuga la delantó.

–Pos no me diga que no vio a doña...

–Pues no, pensé que era un árbol, venía tan rápido que no, no la vi.

–¿Rápido?

Ahí sí, don mico se atoró con el banano.

–Discúlpeme doña tortuga, pero ¿cómo es eso de que usted puede venir rápido?

–¿Y por qué no?

–Pos… porque no.

–Pero ¿por qué no?

–Pos… porque usted es…

–¿Ciega?

–Pos no, o mejor sí, pero un poquito no más. ¿Cómo no vio las patas de doña jirafa? claro que bueno, pos tan pequeña que es...

–¿Pequeña?

–Pos, no, o mejor sí, pero un poquito no más. Y además, alguito lenta.

–¿Lenta?

–Pos sí, pero un poquito no más y sin ofender.

–Pues quizás tenga razón, pero que sea lenta no significa que no tenga afán. Por qué mejor, en vez de criticarme me hace un favor ya que usted está allá arriba.

–Pos sí, dígame no más, doña jirafa, pa' qué soy bueno.

–Podría trepar un poco más el árbol y decirle a doña jirafa que no me vaya a pisar, que necesito caminar por entre sus patas.

Don mico se atoró con el pedazo de banano que había masticado mientras hablaba con doña jirafa y luego lo escupió.

–Doña tortuga, está loca, ¡usted no puede hacer eso!

–¿Hacer qué?

–Pos… caminar por entre las patas de doña jirafa.

–¿Y por qué no?

–Pos…, porque no, es peligroso, no ve que la puede pisar y...

–¿Y matarme?

–Pos… sí y ahí si, no un poquito sino toda apachurrada.

Don mico vio que doña tortuga estaba decidida a pasar por entre las piernas de doña jirafa con o sin su ayuda. Callado miró hacía arriba del árbol y eran muchas ramas que debía trepar si quería alcanzarla.

–Pos... yo insisto doña tortuga que es una locura. Mejor quítese de ahí y pase por un lado o mejor aún dele la vuelta al árbol.

–No voy a darle la vuelta al árbol, don mico, pasar por aquí es más corto para mí.

Don mico otra vez se quedó callado y miró hacia arriba del árbol.

–No se preocupe mejor le pido el favor a otro mico.

–¿Otro mico? ¿dijo usted otro mico?  

–Sí, eso dije seguro que hay muchos micos como usted por aquí.

–Pos la verdad, la verdad…no. Solo este pechito que ve aquí.

Don mico se golpea el pecho con las manos.

–No le creo ni pio.

–¿Pio?

–Olvídelo, don mico, deje así.

–No, no. ¿pos… ahora que lo pienso, sí hay otro mico.

–Sí ¿dónde?

–Pos en el lago, pero solo sale cuando yo me asomo y es igualito a mí.

Doña tortuga movió la cabeza de un lado para otro decepcionada y luego se rió de ver los dientes chuecos untados de banano de don mico cuando comenzó a burlarse.

–Podrá ser el único en este bosque, pero donde yo voy, allá hay muchos micos incluso más bonitos que usted.

De inmediato don mico paró de reírse.

–¿Qué dijo doña tortuga? No es cierto. Yo soy el único aquí.

–No lamento decirlo, pero es verdad.

Don mico volvió a mirar hacia arriba del árbol.

–Pos no se diga más, doña tortuga. Si hay otro pechito como yo, quiero conocerlo.  

Don mico terminó de comerse el banano y tiró la cáscara que casi cae en la cabeza de doña tortuga.

Abajo del árbol...

¡Doña tortuga! ¿por qué insiste en caminar por aquí?

Don mico se recostó en una de las patas de doña jirafa. Asustada, doña tortuga respondió:

-Ya le dije don mico que tengo afán.

-Pos ¿por qué tanto afán, doña tortuga? ¿qué puede ser tan importante como para arriesgarse a quedar aplastada por una pata de doña jirafa?

 

Doña tortuga suspiró y volteó a mirar hacia el horizonte.

–Necesito poner mis huevos al otro lado de la laguna, allá justo donde sale el sol cada mañana.  

–¿Tortuguitas?

Don mico saltó de un lado para otro, por entre las patas de doña jirafa. De la emoción abrazó a doña tortuga e intentó alzarla, pero no pudo, el caparazón era muy pesado.

–Pero ¡qué hace! ¿se volvió loco?

–Yuju, yuju voy a tener tortugas.

A los dos los tomó por sorpresa doña jirafa que del paso que dió ¡tas! casi que los pisa. La reacción de doña tortuga fue meter la cabeza dentro del caparazón y empujar a don mico contra el árbol de acacias para salvarlo. Doña jirafa no se dio cuenta de lo que estaba pasando por entre sus patas, pero si volvía a moverse podría pisar a doña tortuga.

A un lado del árbol, asustado, don mico comenzó a gritarle doña jirafa que se quedara quieta, que se quedara quieta, pero cómo iba a escucharlo, entonces...

–¡Apúrese doña tortuga!

Don mico se limpiaba el sudor de la cara con las manos.

–¿Pero qué estoy diciendo? doña tortuga jamás podrá salir de ahí a menos que…

Las hojas del árbol de acacias que mide entre nueve y once metros de altura no solo era el árbol más alto del bosque sino que además la comida favorita de doña jirafa.

Don mico, que nunca se atrevió a trepar tan arriba del árbol, motivado por el fuerte deseo de salvar a doña tortuga comenzó a saltar por entre las ramas, entre más alto trepaba más miedo tuvo, pero nunca dudó que lo lograría. Entre más se agarraba con firmeza de las ramas, más confianza ganaba.

Bien arriba del árbol, don mico le gritó a doña jirafa que se quedara quieta, que se quedara bien quieta, pero ella no lo escuchó estaba concentrada en disfrutar las deliciosas ramas del acacias. Alargó el cuello para comer más hojas y volvió a moverse. El susto de don mico fue tan grande que le costó unas cuantas ramas en descenso. Por suerte alcanzó a agarrarse del tronco. Enseguida miró hacia abajo y como no vio a doña tortuga pensó lo peor. Como si fuera poco las fuerzas se le acabaron estaba tan cansado que aunque lo intentó no pudo volver a trepar, las uñas se le resbalaban dejando marcas en el tronco a medida que iba bajando. El mareo se le quitó cuando sus pies tocaron el suelo, pero se le aceleró el corazón. El caparazón de doña tortuga no se movió. Don mico fue incapaz de acercarse, caminaba de un lado para el otro rascándose la cabeza y con los ojos a punto de llorar hasta que...

–Por qué llora,llora, llora, llora.

Don mico pensó que lo que había escuchado era producto de su imaginación, porque de toda clase de ruidos había en el bosque. No le importó responder:

Pos… por doña tortuga, ¿por quién más?

–¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?

-Pos, porque…

Don mico levantó la cara, se limpió los mocos de la nariz con el brazo y corrió emocionado hacia doña tortuga que apenas si pudo sacar la cabeza y las patas del caparazón cuando llegó a abrazarla.

 

–Pos doña tortuga, ¡está usted viva! Qué susto me pegó.

Doña tortuga no le dijo nada y continuó caminando. Con lo despistado que era don mico, no se dio cuenta que mientras le contaba su aventura de trepar el acacias doña tortuga avanzaba poco a poco por entre las patas de doña jirafa. Lo que para don mico era tan fácil, ir y venir casi que jugar por entre las enormes patas de doña jirafa para ella era lo más difícil que había hecho.

Pero esta vez, doña tortuga avanzaba más confiada que antes, estaba segura que así doña jirafa se moviera ella lograría pasar y continuar camino al lugar donde sale el sol para tener a sus tortuguitas. El entusiasmo de doña tortuga no se apagó por el fracaso de don mico, por el contrario, él le acaba de dar una gran lección; había que intentarlo, si él se había arriesgado ella también lo haría.

–Discúlpeme doña tortuga, no pude ayudarla, no pude llegar hasta tan arriba y menos hablar con doña jirafa.

–No se preocupe don mico, su corazón fue más fuerte que el miedo. ¿No vio hasta donde llegó?

–No, no es cierto.

–Sí, sí que lo es.

A veces solo vemos lo malo que hacemos y nunca las cosas buenas. No sea tan duro, usted tuvo la intención de ayudarme y trepó y no cualquier árbol sino el árbol más alto del bosque. Debe es estar orgulloso.

–Pos tiene razón, pero doña jirafa casi, por un poquito, que la aplasta.

–Pues eso no pasó, quizás usted no logró hablar con ella, pero consiguió algo mucho más importante.

–¿Pos como qué será?

–Me dio confianza y me animó a no darme por vencida. Así que no deje de intentar llegar a la cima del árbol, lo que necesita es practicar y practicar y cuando esté listo no solo podrás subir el acacias sino muchos más y más altos.

 

–¿Cuánto tiempo lleva caminando, doña tortuga?

–Trescientas cincuenta y cinco lunas, don mico.

–Ah bueno, eso no es tanto.

Don mico trató de caminar al paso de doña tortuga.

–¡Pos qué! ¿trescientas cincuenta y cinco lunas? a este ritmo uy doña tortuga es demasiado.

Los ojos de don mico se quedaron sin parpadear por unos segundos mientras miraba a doña tortuga avanzar.

–Doña tortuga tiene que descansar. Métase en el caparazón y no se mueva, pero no se mueva. Espere aquí.

–Don mico, por favor qué hace. Bájese de ahí, ahora mismo.

Don mico no le hizo caso y comenzó a trepar de nuevo el árbol de acacias.

–Esta vez voy a hablarle a la oreja a doña jirafa, se lo prometo. Quédese dentro de su caparazón hasta que yo le diga.

–Don mico, por favor, tenga cuidado. Sé que hará lo mejor que pueda.

Eso fue lo último que escuchó don mico antes de que doña tortuga dejara de verlo por entre las ramas del acacias. Hizo caso y metió la cabeza y las patas dentro del caparazón. Si quería traer al mundo a las tortuguitas tenía que descansar, pero el tiempo se le acababa, los días del periodo de incubación, según sus cálculos y a su paso, al parecer no le alcanzarían.


Don mico, motivado por ayudar a doña tortuga trepó el árbol de acacias sintiendo que los latidos de su corazón eran más intensos que el primer intento. Cada vez que trepaba más alto sintió miedo, pero pensar en las tortuguitas, doña tortuga y sonreír le ayudó. Estaba convencido de que lograría hablar con doña jirafa. Quién se iba a imaginar que después de todo, los dos se pondrían de acuerdo y tendrían un plan para ayudar a doña tortuga.

Fue así como, después de escuchar la historia de don mico, que doña jirafa encorvó su largo cuello hasta verse las patas para bajar a don mico y ponerlo en el suelo y conocer a doña tortuga. Le pareció valiente, arriesgada y decidida. Doña tortuga, que había caído en un profundo sueño, no respondió a los llamados de don mico. Con mucho cuidado, doña jirafa movió el hocico hasta que logró que doña tortuga rodara por su cara hasta los cuernos donde don mico se encargó de atarla con ramas a los cuernos de doña jirafa. Después de hacerlo se sentó a su lado. Ahí comenzó la gran aventura.

Pasaron varias horas y mientras don mico no paraba de hablar, doña jirafa no dejó de reírse con sus ocurrencias. Cuando doña tortuga abrió los ojos...

–Señoras y señores: la tortuga durmiente ha despertado.

Don mico estaba feliz de ver a su amiga la tortuga salir del caparazón. Levantó sus brazos hacia el cielo y luego le señaló a doña tortuga la gran vista que tenían desde la cabeza de doña jirafa, todos los árboles del bosque las montañas y lo más importante, el lago. Enseguida, doña tortuga sonrió de la emoción, los ojos le brillaron. Era la primera vez que don mico la vio tan feliz, pero supo también que no era la felicidad completa, algo le preocupaba:

–Tranquila doña tortuga, llegaremos a tiempo, ¿cierto doña jirafa?

–Así será. Yo también tuve mis jirafitas, así que conozco como se siente ser mamá por primera vez, ¿me equivoco?

–No, doña jirafa, está en lo correcto.

Don mico abrazó a doña tortuga y doña jirafa les pidió que miraran el horizonte:

El anaranjado del cielo resplandeciente, cómplice del sol a punto de ocultarse, iluminó el rostro de don mico, doña jirafa y doña tortuga igual que sus corazones. Rayos

de atardecer invadieron a los tres nuevos amigos.

–Gracias por cumplir tu promesa y gracias también a usted doña jirafa, vamos por el camino indicado, mis tortuguitas nacerán bajo el sol de la hermosa mañana.

Mensaje:

¿Qué tienen en común doña tortuga, don mico y doña jirafa? A simple vista… nada y eso es lo mejor de todo. Cuando realmente quieres ayudar a otro, no te fijas en las diferencias, porque en verdad no existen. La intención que nace del corazón, como le pasó a don mico, lo impulsó a superar sus miedos. El amor produce las mejores acciones.

 El valor de doña tortuga, así como el deseo por salvarla, fue lo que inspiró a don mico a trepar el árbol más alto del bosque. Doña tortuga caminó trescientas cincuenta y cinco lunas motivada por la ilusión de poner sus huevos en el camino hacia donde nace el sol y a doña jirafa ¿qué crees que la inspiró para ayudarlos? Cualquier respuesta es cierta.

Cuando el corazón es más fuerte que el miedo, todo es posible de lograr.

¿Qué persona o situación te ha inspirado para superar tus miedos? Y si no lo has superado, ¿qué necesitas hacer para lograrlo?

Lo que brota de tu corazón es lo que siembras.