Niños sentados alrededor de una mesa, dibujan sus sueños.

Clase de los Sueños - Moscovia Colombia 2019

Esta vez te traigo la experiencia de iniciar la Clase de los sueños en la vereda deMoscovia en la ciudad de Neiva, la capital del departamento del Huila ubicada entre la cordillera Central y Oriental. Cuenta con el río Magdalena a su paso, una de las arterias fluviales más importantes de Colombia.

Esta ciudad es reconocida por el desierto de la Tatacoa, un lugar donde puedes verla luminosidad de las estrellas. Esta región cuenta con las represas más grandes del país: Betania y El Quimbo y es famosa por las fiestas de San Pedro y San Juan que se celebran en el mes de junio.

Esta es la historia:

Llegué a la vereda de Moscovia -vía El Caguán con cosquillas en la panza y con el corazón dispuesto a dar lo mejor para los niños que vería por primera vez.Compartirles parte de mi historia, sembrar en ellos el amor por la lectura y la escritura, la idea de soñar en grande y recibir en grande y tocar sus corazones; es el propósito de la Clase de los sueños.  

El encuentro estaba programado para las dos de la tarde, pero ya eran casi lastres. Paola, Marcela, Luis, Eliana, Mateo, César y yo esperábamos a que llegaran más niños. Lo hermoso de esa espera fue la iniciativa de Marcela: voy a buscar a mis amigos de la tienda-dijo entusiasmada y los demás se fueron con ella.

Minutos después, la expresión de los rostros dijo más, en especial en el rostro deMarcela: Su papá no los deja salir, dice que hay gente mala por ahí y que le da miedo que se los roben. Yo no me esperaba algo así. El señor tiene su carácter comentó una de las señoras que nos acompañaban.

La decepción se sintió en el ambiente, pero había que hacer algo. Así que pensé que lo debíamos intentar juntos. Encontramos diversión en una cosa tan simple como saltar de un charco a otro, había llovido mucho por esos días. Nos tomamos delas manos y caminamos por la carretera llena de barro.

Llegamos a una casa que tenía una especie de tienda en la sala con una vitrina de vidrio llena de dulces. Hablé con la mamá de los niños y le conté de la actividad que queríamos hacer y a ella le gustó. Cuando sus hijos iban a salir, el papá dijo un no rotundo por allá atrás y los devolvió.

Aquel hombre se me acercó, vi en él desconfianza, rabia. En el tono de la voz había dolor y rencor de la vida golpeada por la violencia, la injusticia, la ausencia de estado, la tristeza. Escuché con atención su historia y las razones por las que no quiso que sus hijos salieran, pero a medida que se desahogaba bajaba la guardia.

Cuando tuve la oportunidad, lo invité a participar en la Clase de los Sueños, el serió, y esa la sonrisa rompió el hielo que quedaba en la conversación. Yo ya estoy muy viejo pa’ eso.  El apretón de manos que nos dimos fue el gesto de confianza que dejó entrever un hombre amoroso y preocupado por los hijos. Recordaré ese momento, ese rostro cansado, las manos ásperas, el opaco brillo de sus ojos, pero sobre todo esa sonrisa.

Ala tienda llegamos siete y salimos nueve niños: Jhon y Wilson corrieron con nosotros hasta el lugar donde haríamos la Clase de los Sueños.

Me alegró encontrar cuatro niños más esperándonos: Verónica, Jenifer, Andrés yCamilo. En total éramos trece niños, me incluyo por supuesto, que estábamos en la casa de doña Inés. El brillo en las miradas, las sonrisas, los gestos y la curiosidad por la actividad hicieron de este día un momento que agradecí y atesoré en el corazón. En este punto del escrito no puedo dejar de expresar lo bendecida que soy y la gratitud que siento por la época de siembra que vivo.

Juntos leímos el cuento del Pequeño pelirrojo Ismael y reflexionamos sobre el mensaje que trae. Las actividades que hicimos después nos conectaron más y terminamos el encuentro con un gran abrazo colectivo, gritamos: ¡corazones!, y nos despedimos con la ilusión de volvernos a ver.

Regresé a la tienda a dejar a Jhon y a Wilson tal y como se lo prometí a su papá que apenas me vio le dijo a la esposa que me diera una bolsa con pan que acababa de sacar del horno. Pues sí señores… Aquel hombre resultó ser el panadero de la vereda. El pan estaba delicioso y con un café nos sentamos a conversar otro rato. El hombre desconfiado estaba más tranquilo, habló con orgullo de sus hijos y como la violencia lo golpeó hasta obligarlo a huir y dejar todo lo que tenía con tal de que la guerrilla no se los llevara. Para él verlos estudiar era la mayor motivación para trabajar y sacarlos adelante. Otro estrechón de manos y un hasta pronto cerró ese encuentro.

El inicio de la Clase de los sueños en Neiva tuvo la presencia de Vilma, mi mamá, y a quien le debo el ejemplo de generosidad y servicio. Quizás no se lo digo muy seguido, pero ella me llena de más amor y razones para continuar por el camino de la escritura que ha traído muchos cambios y aprendizajes a mi vida. 

Mi madre hizo posible la Clase de los Sueños en Moscovia. Gracias a ella compartimos un momento especial para los niños de esa región y con las personas de la comunidad que hicieron lo posible para poder tener un espacio, dispuestas a colaborar y conectadas con el mensaje que quisimos sembraren los niños y porque no, en ellos mismos. Ese día me acompañó mi sobrino de ocho años, que también disfrutó de la clase. Fue un día inolvidable también por aquellos que no pudieron asistir.

Pues sí, hay otra historia detrás de esta historia:

De regreso a ciudad con mamá, nos detuvimos en la casa donde el día anterior habíamos hablado con el papá de cinco niños, a quienes escasamente pude ver a través de unas ventanas con rejas pero sin vidrio. A pesar de que el papá nos dijo sí los llevaría a la Clase de los Sueños la realidad es que no fueron. Por eso regresamos a preguntar qué había pasado, tenía grabado esos pequeños rostros delgados, sonrientes y con la ilusión en los ojos cuando escucharon que su papá había dicho que los llevaría. Eso fue como una sorpresa para ellos, como un gran regalo. Por prudencia, con impotencia y dolor, lo confieso, me reservo las circunstancias por las que aquellos niños no fueron a la Clase delos Sueños.

Me bajé del carro con el sobre en el que había puesto el cuento del Pequeño pelirrojo Gabriel y algunos colores. El señor estaba afuera de la casa. No pude verle a los ojos, porque su mirada siempre estuvo en el piso, ni estrecharle la mano, porque no quiso. Sin embargo, insistí para que por favor les entregara el sobre. No esperé, quizás él tampoco,  que uno de sus hijos saliera de la casa corriendo. Una niña, quizás la mayor, demás o menos nueve años, se me acercó, estaba nerviosa, pero se arriesgó. El papá asintió con la cabeza para que le diera el sobre. Alcancé a preguntarle si sabía leer, me dijo que un poco y sonrió. Esa sonrisa me recordó el origen de la decisión de escribir y de la Clase de los Sueños.

Vi alejarse el cuerpo tan delgado de aquella niña y pensé en lo difícil que es comprender la soberbia y la manera de actuar de los adultos.

Espero con todo el amor regresar a Moscovia y poder compartir con esos ellos y con todos los demás que me regalaron otro momento hermoso a través de la Clase delos sueños.

Lo que brota de tu corazón es lo que siembras.